viernes, 27 de enero de 2012

Santo Tomás de Aquino y la Alquimia

Conferencia pronunciada por D. Constantino Manuel Pleguezuelos Pleguezuelos el 27/01/1975 con motivo de la festividad de Santo Tomás de Aquino, en el Salón de Actos del Instituto "Séneca" de Córdoba. (Adaptación e imágenes: Rafael Pleguezuelos González)



Nada hay tan desastroso
en la ciencia como el arrogante
dogmatismo que desprecia el pasado
y sólo admira el presente
(Hoefer)

Dedicatoria
  A Don Adolfo Rancaño,
nuestro Profesor de la Universidad
de Granada, de quién aprendía a
interesarme por la Historia de la Ciencia.
 Y a Matilde, mi mujer

1.     INTRODUCCIÓN
La Alquimia ha sido ridiculizada durante demasiado tiempo. En el medio universitario y en su sección científica se ha comprobado la poca importancia que se le da a la madre espiritual de la Química Contemporánea. Para quienes no la hayan estudiado, la alquimia es, simplemente, una mezcla de quimeras y divagaciones debidas a los vanos intentos del hombre para fabricar oro artificial, a lo cual lo condujo su sórdida avaricia, o bien la disparatada y altanera pretensión de igualarse con el Creador. Sin embargo, quienes estudian la alquimia, dejando al margen esas preocupaciones secundarias, descubren pronto en ella un encanto de indescriptible apacibilidad. Tal vez ese empeño por cargar el acento en la transmutación de los metales en oro, no sea más que una añagaza para ofuscar a los no iniciados e impedirles ver las realidades secretas de la Alquimia.







¿De dónde viene la Alquimia? La Alquimia es una y nació de un mismo punto en el espacio y en el tiempo. Tal vez los incas, los egipcios y los chinos solamente utilizaron fórmulas o resultados de una ciencia pasada que ellos no comprendían pero que les llegó por tradición y se envolvió en consideraciones místicas y religiosas.
Imposible es saber cuándo, dónde y cómo se inició la Alquimia, pero su nombre parece indicar un origen a la vez egipcio y árabe, dado que la palabra “khom” es la denominación antigua de Egipto y “al” es el artículo definido en lengua arábiga. Por esta razón se ha sostenido frecuentemente la tesis de que Egipto o khem, el país del suelo oscuro, la tierra bíblica de Ham (Ham o Cam, uno de los hijos de Noé), haya podido ser la cuna de la Alquimia, el “arte del país oscuro”.
Mas nos encontramos con quien sostiene que química deriva del vocablo griego khymós, traducido como “humor”, estado de ánimo, estar o no de humor para algo determinado, por lo que la química la podremos asociar con el humor y, en ese caso, química tendríamos que escribirla con hache, según nos dice Serratosa, del mismo modo que antes Jardiel Poncela nos indicaba que “amor se escribe sin hache”, por lo que comprobamos que la hache es el biombo de la escritura.
Según la tradición, la Alquimia se debe a Hermes –quien fue un rey prefaraónico-  y él le dio nombre: arte hermético. 
Hermes, Catedral de Siena
Tabla Esmeraldina
Se le atribuyen varios tratados alquímicos, entre otros la famosa “tabla esmeraldina”, que es, sin duda, el resumen más conciso de la Gran Obra. Según la leyenda, los soldados de Alejandro Magno encontraron dicho texto en lo más profundo de la gran pirámide de Gizeh, que será el sepulcro de Hermes. Éste fue quien empleó un puntiagudo diamante –ese enriquecido hijo del carbono, como le llamó Chesterton- para grabar sobre una placa de esmeralda –de aquí su nombre- las escasas líneas que componen la Tabla. Tabla que decía poseer Don Yllán de Toledo a su ilustre visitante, el Deán de Santiago.
Actualmente parece indudable que las pirámides fueron laboratorios alquímicos. No sólo por las referencias que tenemos de Zósimo de Panópolis  y diversos autores árabes, sino por recientes inscripciones del tipo “diluye en agua….calienta hasta que hierva,…..etc.
Aparato de Zósimo de Panópolis
Lo cierto es que los antiguos egipcios fueron hábiles en numerosas artes: teñido, coloración del vidrio, esmalte, metalurgia, todas las cuales contribuyeron a proporcionarles algunos conocimientos alquímicos rudimentarios.
El pueblo egipcio conocía el vino (y ya Santo Tomás afirma que no es lícito vender vino químico por natural), cuyo bíblico origen es de todos conocido, y no sólo el obtenido de la vid, sino también el preparado por fermentación del jugo de dátiles maduros. Así mismo la cerveza, cuyo patrimonio de origen pertenece exclusivamente a este pueblo.

Pinturas e inscripciones prueban que la lucha contra el alcoholismo se remonta a los tiempos de Sesostris. En las necrópolis y en las momias se han encontrado pinturas que representan bebedores en estado de ebriedad transportados por amigos, Una de las más notables de estas pinturas representa un grupo de damas del mundo elegante que toman copas de vino, mientras otras revelan, por su actitud, asombro y disgusto por la escena que observan.
Tomando vino
Se ha supuesto también que la Alquimia surgió más al este, en Caldea e incluso en China. Los caldeos fueron notables astrólogos que asociaron el sol, la luna y los planetas, no sólo con los destinos humanos, sino también con los metales entonces conocidos. Todavía más al oriente, en la antigua China, las ideas alquímicas encajaron en el sistema ampliamente religioso y filosófico del taoísmo. Mucho más tarde, en el siglo II, Wei Po-Yang, considerado como el padre de la Alquimia China, escribió el primer tratado en esta lengua enteramente dedicado a la Alquimia y escribió en la preparación de la “píldora de la inmortalidad”, equivalente chino del “elixir de la vida” de la Alquimia Occidental.
Wey Po-Yang
Como estamos en el Año Internacional de la Mujer, mencionemos a Cleopatra, una de las primeras mujeres doctas en química, ya que estudió la acción del vinagre sobre las perlas y a la famosa alquimista María la Judía, a quienes algunos han querido identificar, erróneamente, como hermana de Moisés, y vivió en la época de Demócrito, es decir , siglo IV a. d. c.  
María, la Judía
Ella fue  quien inventó el sistema del “Baño  María”, de tan frecuente empleo en nuestra cocina; también ideó el  “kerotakis”, nombre apropiado para una canción de Eurovisión, pero que es un crisol para cera, usado para mezclar pinturas y para extraer oro y plata de una mezcla de metales básicos;  “tribikos” para la destilación: redoma con tres golletes y el aerómetro, instrumento idéntico al que usamos en nuestros días y que, habiendo caído en olvido, fue redescubierto por Antoine Baumé en el siglo XVIII.
Tribikos

Y una mujer, cuya toca las nubes, es la representación de la Alquimia, en un bajorrelieve del gran pórtico de Nôtre Dame de Paris.

Para los alquimistas griegos, la ciencia jermética comprendía dos operaciones fundamentales: la “xanthosis” o arte de teñir de amarillo un metal, o sea, fabricar oro, y la “leucosis” o arte de teñir de blanco, o sea, fabricar plata, idea científicamente comprensible para un pueblo que sabía fabricar esmaltes coloreados y que conocía algunos de los secretos del arte tintorial, pero excesivamente polarizada hacia la utilidad de obtener los dos metales que entonces tenían más valor y con los que se fabricaban las monedas empleadas en el comercio. Con el tiempo la plata fue bajando de valor, y por ello los alquimistas árabes ya no hablan de la “leucosis”, sino sólo del oro.

Casi todos los que dedican algún pensamiento a la Alquimia la dejan de lado al considerarla que no fue ciencia ni arte, sólo un conjunto de teorías filosóficas nacidas de la observación de hechos inexplicables entonces y mezclado con toda suerte de misticismos ocultistas y prácticas mágicas, sin base científica alguna, la mayoría de las veces.

Consideran su historia oscura y poco brillante y se adorna la Alquimia de extraños ropajes: astrología, magia y hechicería.  Sus cultivadores son la más extraña mezcla de sabios y charlatanes, monjes, príncipes y criminales, y casi siempre, la mayoría alucinados por la fascinación del descubrimiento de la famosa “piedra folosofal” o fórmula para transformar los metales viles (estaño y plomo), en los metales nobles (así llamados por su brillo permanente) oro y plata. 

En contraste con este criterio superficial merece destacarse el del gran químico alemán Justus Von Liebig (1803-1873) cuando afirmaba que la Alquimia no difería en absoluto de la química; para él no era sino la química de los tiempos medievales.
Justus Von Liebig

Nos presentan al viejo alquimista de la edad Media como el prototipo de la tenacidad, de la observación y del trabajo. Metido en su laboratorio, oscura cámara donde continuamente arde el fuego en el horno de la transmutación, adornada con extraños signos cabalísticos, y a su alcance el viejo libro donde pacientemente anota todas las observaciones que realiza en las interminables noches de vigilia, su aspecto, generalmente abstraído y descuidado, pendiente sólo del fin que le obsesiona, ofrece, en efecto, indicios de tenacidad, observación y trabajo; pero un análisis más delicado descubre enseguida o alucinaciones de locura o grosera ambición de riqueza. La paciencia, don característico de los alquimistas, es también atributo de la locura y la varicia.
Diversos pintores de los  siglos XVI- XVII, como Brueghel, Teniers o Steen, entre otros, o el polaco Matejko, en el siglo XIX, han dejado plasmado en sus lienzos la figura del alquimista. O si acudimos a la catedral de Nôtre dame, podemos contemplarlo en piedra.
El Alquimista, por Peter Brueghel, el Viejo
El alquimista. David Teniers, el joven pintor flamenco
Jan Steen. The Village Alchemist
Se ha comprobado en la literatura alquimista, la existencia de un número impresionante de textos que son pura locura. A veces se ha querido explicar este delirio por medio del psicoanálisis (Carl Gustav Jung, Psychologie und Alchimie, Zurich 1944). En la imagen “El lobo, como prima materia, devora al rey muerto. Al fondo: sublimación de la prima materia y renacimiento del rey”. También nos encontramos con Herbert Silberer: Problemas del Misticismo (Probleme der Mystik und ihrer Symbolik).
Según esta apreciación, la llamada “psicología profunda”, cree encontrar en las imágenes alquímicas la confirmación de su tesis del “inconsciente colectivo”. El alquimista, en su búsqueda quimérica, expone ante sí mismo, en imágenes, el insospechado contenido de su alma realizando de esta forma, sin proponérselo, una especie de reconciliación entre su visión superficial e individual y la fuerza amorfa, que pugna por configurarse, del “inconsciente colectivo”. Esta reconciliación determina, a su juicio, una experiencia de gran riqueza interior, impregnada de un aire intemporal que, al sublimar y transmutar los valores de la obra alquímica externa, sustituye al apetecido magisterio. También esta opinión se funda en la suposición de que el alquimista buscaba, ante todo, fabricar oro, es decir, estaba dominado por un delirio y, por tanto, pensaba y actuaba como un iluso. No cabe duda de que el motivo espiritual de la obra alquímica es, en principio, más o menos inconsciente, y parece estar escondido en lo más recóndito del alma.
La Alquimia puede compararse con la mística en lo que tiene de camino que permite al hombre llegar al conocimiento de su naturaleza inmortal. Y así lo demuestra la adopción de expresiones alquímicas en la mística cristiana y, de forma más particular todavía, en la musulmana. Los símbolos alquímicos de la perfección apuntan el dominio de la condición humana por el espíritu, al retorno de los orígenes, a lo que la mística de las tres religiones monoteístas describe como recuperación del Paraíso Terrenal.
Nicolas Flamel (1330-1418), alquimista que se expresa con el lenguaje de su fe cristiana, dice, acerca de la “Obra” que ésta “hace bueno al hombre porque de él arranca la raíz de todos los pecados –o sea, la codicia-, haciéndolo generoso, manso, piadoso, creyente y temeroso de Dios, por malo que haya sido. Porque desde ahora estará siempre lleno de la gracia y la misericordia que ha recibido de Dios y de la profundidad de sus maravillosas obras”. La extirpación de la raíz de todos los pecados supone el retorno a la perfección adánica.
Nicolas Flamel
Decíamos antes que había textos alquímicos que son pura locura. Nos parece razonable tener, al lado de los textos técnicos y sabios, a los textos dementes por textos dementes. Nos ha parecido también que esta demencia del adepto experimentador podía tener una explicación material, sencilla y satisfactoria. 
Psicología y Alquimia. C.G. Jung
Los alquimistas utilizaban con frecuencia el mercurio. Su vapor es tóxico, y el envenenamiento crónico provoca el delirio. Teóricamente, los recipientes empleados se cerraban herméticamente, pero es posible que no todos los adeptos poseyeran el secreto de aquel cierre y que la locura atacase a más de un “filósofo químico”.
Hidrargirismo
Por otro lado, choca el aspecto de criptograma de la literatura alquimista. Se dice que Blais de Vigenère (1523-1596),  inventor de los códigos perfeccionados y de los métodos de cifras más ingeniosos, aprendió esta ciencia tratando de descifrar e interpretar los textos de la Alquimia. 
Blais de Vigenère
Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, más conocido como Francisco de Quevedo, da un sano consejo a los alquimistas en “Sueño del Infierno”: “Si quieres ser autor de libros de alquimia, haz lo que todos, que es fácil, escribiendo jerigonza: Recibe el rubio y mátale, y resucítale en el negro”.
Uno de los motivos por los que la enseñanza alquímica queda envuelta en el misterio es el de que no está destinada a todos. Artefius, célebre alquimista medieval, escribió: “¿Acaso no se sabe que el nuestro es un arte cabalístico, transmitido moralmente? Con esto quiero decir que se revela sólo de palabra y que está lleno de secretos. Pero tú, pobre insensato, ¿serás lo bastante necio como para creer que nosotros revelamos clara y abiertamente el más grande y más trascendental de todos los secretos, de forma que pudieras tomar nuestras palabras al pie de la letra? Te aseguro en verdad –pues no soy tan celoso como los otros filósofos- que aquel que quiera interpretar de acuerdo con el significado ordinario de las palabras lo que han escrito los otros filósofos-es decir, los otros alquimistas- se perderá en los pasadizos de un laberinto del que nunca podrá salir, pues le faltará el hilo de Ariadna para orientarse y hallar el camino….”.
Geber, o mejor dicho Pseudo-Geber-Corpus, nombre asignado a un conjunto de libros publicados en el siglo XVI, aunque el manuscrito estaba en circulación 200 años antes, pues bien en su “Summa Perfectionis”,  hace una recopilación de la alquimia medieval y señala: “No se debe exponer este arte con palabras totalmente oscuras; pero tampoco hay que explicarlo con tanta claridad como para que todos puedan entenderlo, aunque a los espíritus medianos les parezca bastante oscuro; por su parte, los necios y los locos no podrán entender absolutamente nada…..”.
De Summa Perfectionis
2.     LA ALQUIMIA EN LA EDAD MEDIA
En la Edad Media, y especialmente en el período del 400 al 1000 d.c., la preocupación teológica llena los espíritus y, únicamente hacia el siglo VIII empieza a adquirir la Ciencia entre los árabes una cierta importancia. Los conocimientos químicos aprendidos de los egipcios y las ideas filosóficas heredadas de los antiguos, a través de la Escuela de Alejandría dieron a la Alquimia, en manos de los árabes y después en toda Europa, una significación especial.
Los alquimistas consideraron los metales como cuerpos compuestos formados por dos cualidades-principios comunes, el “mercurio”, que representa el carácter metálico y la volatilidad,  el “azufre” que poseía la propiedad de la combustibilidad.  
 


En el curso del tiempo se unió un tercer principio, la “sal”, que tenía la propiedad de la solidez y la solubilidad. Estos tres principios o elementos, los llamados “tria prima” de los alquimistas, sustituyeron en la Edad Media a los elementos aristotélicos y, aunque al principio tuvieron un carácter abstracto, fueron considerados más tarde como materiales. Consecuencia inmediata de su pensamiento fue para los alquimistas de la transmutación de los metales innobles en nobles y, concretamente, la conversión de plomo, mercurio u otros metales corrientes en oro.

Esta transmutación conocida como la “Gran Obra”, debía realizarse en presencia de la “Piedra Filosofal” cuya preparación fue la tarea primaria de los alquimistas. En el siglo XIII se extendía el objetivo de la Alquimia al buscar el “elixir filosofal o de larga vida”, imaginado como una infusión de la piedra filosofal, el cual debía eliminar la enfermedad, devolver la juventud, prolongar la vida e incluso asegurar la inmortalidad. Se comprende que los alquimistas viejos dedicaron sus últimas fuerzas a la consecución de este sueño.
Taller de Alquimia
Sean cuales fueran las opiniones sobre el elixir de larga vida, hemos de reconocer que las virtudes medicinales de la piedra son verídicas. A continuación damos un cuadro sinóptico con la longevidad de los alquimistas o fraguadores que poseyeron la piedra filosofal. Naturalmente se excluyen los que murieron asesinados (Zachaire, Kelly –el Cosmopolita-) así como aquellos cuyas fechas de nacimiento y muerte se desconocen (Basilio Valentín, Filaleteo, Lascaris, Schfeld)
NOMBRE
PERIODO
EDAD
Alberto Magno
1193-1280
87
Arnau de Vilanova
1240-1313
73
Roger Bacon
1214-1294
80
Bernardo el Trevisano
1406-1490
84
John Dee
1527-1607
80
Nicolàs Flamel
1530-1418
88
Conde de St. Germain
1696-1784
88
Raimundo Lulio
1235-1315
80
Michel Sendivegius
1566-1646
80

Vemos, pues, que la edad media de vida era la de 82 años, en un período en que se registraba un índice general de 38 años.
La Alquimia fue, en general, una práctica secreta debido a los hombres que la relacionaban con la magia y a causa de Dios, pues los alquimistas se consideraban los elegidos para ser depositarios de la verdad y, por ello, no debían divulgar sus conocimientos. Escribieron en un lenguaje hermético describiendo más bien operaciones que hechos y haciendo uso de signos y símbolos.
Tabla alquímica medieval del alquimista Basil Valentine  1670.
Símbolos alquímicos que podemos contemplar en Córdoba en la antigua Farmacia Carandell, sita en Ronda de los Tejares esquina con el Campo de la Merced, pues la fachada aparece con mosaicos, construidos en Sevilla por encargo.

Un libro de alquimia, el “Liber Mutus” no contiene ningún texto sino quince grabados, en su mayoría ininteligibles, para hacer la preparación de la piedra filosofal.

Para un iniciado, un dragón que se muerde la cola es la imagen de la unidad de la materia. Un pájaro que levanta el vuelo es la sublimación y, un pájaro que desciende a tierra es la precipitación. Un toro o un león simboliza la tierra, un águila el aire, una ballena el agua y un dragón o una salamandra el fuego. Cuando Geber escribe: “envíame los seis leprosos que yo los curaré” hay que adivinar que los seis leprosos son los seis metales innobles y que su curación consiste en la transmutación en oro. Obligados a escribir en un sentido figurado, alegórico, confuso y lleno de misterio, ofuscados por un exceso de dogmatismo filosófico, no es de extrañar que la Alquimia progresase muy lentamente.
Los trabajos de los alquimistas, aparentemente infructuosos en el descubrimiento de la piedra filosofal y del elixir de la larga vida y estériles en la consecución de la “Gran Obra”, produjeron indudables progresos a las sustancias, perfeccionaron muchos aparatos útiles y desarrollaron técnicas que constituyen la base de la subsiguiente investigación. Pasemos ahora a considerar la Alquimia árabe.

3.     ALQUIMIA ÁRABE
La Alquimia árabe aparece con su más brillante cultivador Abou Moussah Diafar al Sofi Geber, conocido también como Geber, forma latinizada de su nombre, que parece vivió y murió en Sevilla hacia finales del siglo VIII y fue uno de los sabios más grandes del mundo. 


Geber escribió numerosas obras y entre ellas la “Summa Perfectionis” el tratado de química más antiguo que se conoce, y del que anteriormente hemos citado algún párrafo. Posteriores a Geber, son Rhasés o Razés, persa del siglo X. Fue el primero que hizo una clasificación sistemática de las sustancias químicas conocidas en su época y en expresarse en un lenguaje totalmente desprovisto del misticismo y ambigüedad de los alquimistas primitivos. Clasifica en espíritus, metales, piedras, vitriolos, boráceos y derivados. Desde 1815 existe en nuestra biblioteca de El Escorial un verdadero tesoro bibliográfico, aún no estudiado, que será seguramente el más importante para esclarecer muchas dudas respecto a la historia de la química árabe. Son cuatro mil volúmenes manuscritos apresados en dos navíos al Sultán de Marruecos en 1612.
Avicena (en latinización del nombre por el que se conoce en la tradición occidental a Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sīnā; en persa: ابو علی الحسین ابن عبدالله ابن سینا; en árabe: أبو علي الحسین بن عبدالله بن سینا) (Bujará, Gran Jorasán, c. 980  Hamadán, 1037) (28)   cuyo prestigio fue inmenso como alquimista –aunque reconoce la imposibilidad de transmitir los metales-, filósofo, astrónomo, matemático y, sobre todo, médico.

Averroes (latinización del nombre árabe Ibn Rushd) es el nombre por el que se conoce en la tradición occidental a Abū l-Walīd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd (en árabe أبو الوليد محمد بن أحمد بن محمد بن رشد) (Córdoba, 1126  Marrakech1198), filósofo y médico andalusí, maestro de filosofía y leyes islámicas, matemáticas,astronomía y medicina. Nacido en Córdoba –en cuya capital, el Instituto ubicado en el Barrio del Sector Sur lleva su nombre- célebre por sus comentarios sobre Aristóteles y que ejerció un gran influjo en el pensamiento medieval. 

No debemos olvidar a  Âbû-l-Qâsim Maslama ibn Âhmad al-Faradi al-Hasib al-Qurtubî al-Maŷrîtî (أبو القاسم مسلمة بن أحمد المجريطي), cuyo laqab o apodo (al-Maŷrītī) significa el madrileño, fue un conocido astrónomo, sabio y polígrafo hispanoárabe nacido a mediados del siglo X en Madrid y que murió entre 1007 y 1008 en Córdoba. Es aparentemente el primer madrileño de nombre conocido, aunque se conocen los nombres de personajes anteriores que vivieron en la ciudad, como los primeros gobernadores nombrados por Córdoba. Fue conocido como “Príncipe de los matemáticos andaluces”, autor de “El paso del sabio” demostrando ser químico habituado a los trabajos de laboratorio. Fue uno de los maestros de la Alquimia en Al-Andalus.
Legado en Al-Andalus
Otro cordobés Abu l-Qasim Jalaf ibn al-Abbas Al-Zahrawi o Abul-Qasim Khalaf ibn al Abbas al Zahravi (árabe: أبو القاسم بن خلف بن العباس الزهراوي), más conocido como Abulcasis o Albucasis, fue un médico y científico andalusí, ( Córdoba, 936 - 1013), autor del “Metodus Medeud”. 

Más adelante veremos la influencia de éstos, entre otros, en la Córdoba científica del siglo XV.
Notable es la influencia en la Europa medieval de los conocimientos alquímicos árabes. Toda ella está cuajada de ideas y frases de origen árabe, y todos los nombres de las sustancias químicas, aparatos y operaciones son también árabes, como algunos ejemplos lo demuestran claramente:

ESPAÑOL
ÁRABE
TRANSCRIPCIÓN
Elixir
الإكسير 
Al-Iksir
Alambique
 الأنبيق,
Al-anbiq
Álcali
 القلي ,القالي
Al-qalí
Alquitrán
قطران
Al-qitran
Jabón
صابون
Al-sabun
Horno
فرن
Al-tannur

Se reconoce a los árabes el preparar la sal amoníaco, el aceite de vitriolo, el agua fuerte, el agua regia, ciertos sulfuros metálicos, varios compuestos de mercurio y arsénico, y la preparación del espíritu del vino (alcohol). La ley coránica prohíbe a sus fieles la ingesta de bebidas espirituosas, mas en la “Historia de los Jueces de Córdoba”, puede leerse que los Caídes hacían caso omiso a esta transgresión de la ley. Algo tendría el “Spiritus Montuliae” para demostrar esa indulgencia en la justicia. Y nos ha llamado la atención de un agua, el “aqua vitae” por lo que de ella escribe un entusiasta y desconocido adepto, que se daba a sí mismo el pomposo nombre de Raimundo Lulio o Ramón Llull “Su sabor es superior a todos los demás sabores, y su olor es superior a todos los restantes olores”: es el güiski. Se emplea en el laboratorio del Castillo de Stirling, en Escocia, y el hecho de que el alquimista, el Abad de Tungled, se interesase por el “aqua vitae” resulta fácilmente comprensible para el estudiante de Alquimia y para muchos otros también. Se tiene nota de las cuentas presentadas al Rey Jacobo IV y lo que no aparece claro en los registros del Tesorero es si este ingrediente en bruto fue consagrado por completo a la Gran Obra o, en parte, a calmar la sed de los extenuados sirvientes de los laboratorios.
Aqua vitae

Hasta las Xruzadas, el árabe fue la lengua exclusiva de la Ciencia, y Córdoba el foco de la cultura. La reconquista de Toledo en el año 1085 y la creación de la Escuela de Traductores lleva a esta ciudad a los estudiosos del mundo latino para aprender árabe y tomar contacto con la nueva Ciencia. 
Escuela de Traductores de Toledo
Los siglos X al XII, de total postración científica en el mundo occidental, fueron los más florecientes para la ciencia española 8arábigo-judaico-cristiana), la cual al difundirse a toda Europa, originó en el siglo XIII un poderoso resurgimiento científico en el que la Alquimia adquiere una extensa significación.
Entre los alquimistas de occidente hay que destacar cronológicamente a varios que será tema de estudio en el siguiente capítulo.


4. FIGURAS REPRESENTATIVAS DE LA EUROPA MEDIEVAL
San Alberto Magno (Lauingen, Baviera, 1193/1206  Colonia, 1280) fue un destacado teólogo, geógrafo, filósofo y figura representativa de la ciencia medieval. Su humildad y pobreza fueron notables. Estudió en Padua, donde tomó el hábito de Santo Domingo de Guzmán y profundizó en el conocimiento de la filosofía aristotélica, y en París, doctorándose en 1245. Enseñó en algunas de las pocas Universidades que existían en ese momento en Europa, también desempeñó su trabajo en distintos conventos a lo largo de Alemania.

En la universidad de París tradujo, comentó y clasificó textos antiguos, especialmente de Aristóteles. Añadió a estos sus propios comentarios y experimentos, aunque Alberto Magno no veía los experimentos como lo verían luego los fundadores de la ciencia moderna y en especial Galileo Galilei, sino que en su opinión la experimentación consistía en observar, describir y clasificar. Este gran trabajo enciclopédico sentó las bases para el trabajo de su discípulo Santo Tomás de Aquino. También trabajó en botánica y en alquimia, destacando por el descubrimiento del arsénico en 1250. En geografía y astronomía explicó, con argumentos sólidos, que la tierra es redonda.


En 1259 ó 1260, fue ordenado obispo de la sede de Ratisbona, cargo que dejaría poco después habiendo remediado algunos de los problemas que tenía la dócesis. En 1263, el Papa Urbano IV aceptaría su renuncia, permitiéndole volver de nuevo a la vida de comunidad en el convento de Wurzburgo y a enseñar en Colonia.
Murió a la edad de 87 (o 74) años, cuando se hallaba sentado conversando con sus hermanos en Colonia. Antes había mandado construir su propia tumba, ante la que cada día rezaba el oficio de difuntos. Está enterrado en la cripta de la Iglesia de San Andrés, en Colonia. Sus obras, recogidas en 21 volúmenes, fueron publicadas en Lyon en 1629. Fue beatificado en 1622, pero la canonización se haría esperar todavía. En 1872 y en 1927, los obispos alemanes pidieron a la Santa Sede su canonización, pero sin éxito. En 1931, Pío XI, proclamó a Alberto Magno Doctor de la Iglesia lo que equivalía a la canonización. Su fiesta en la Iglesia Católica se celebra el 15 de noviembre. San Alberto es el patrono de los estudiantes de Ciencias Naturales, Ciencias Químicas y de Ciencias Exactas.
Doctor Universal, de los pocos que en esta época se dedicaron a observar por sí mismos a la naturaleza. Profesó en París con un éxito tan extraordinario que tenía que dar sus lecciones al aire libre, pues ninguna sala podía contener a sus discípulos y admiradores. En su obra “De Mineralibus” comparte las teorías de Avicena en contra de la transmutación de los metales: “La Alquimia no cambia los metales; solamente produce imitaciones….”y contrario a todos los de su tiempo, niega la veracidad de la transmutación. “Yo he tenido oro alquímico pero éste no resiste seis o siete calentamientos, arde y se reduce a cenizas”. Habla con detalle del ácido nítrico, prepara el agua regia. 
En “De Rebus Metallicis” usa el término “affinitas” (afinidad) en el sentido usado hoy día al decir que “el azufre ennegrece la plata y abrasa, en general, a los metales de la afinidad natural que tiene por ellos”. 

En “De Alchimia” es una pintura magistral del estado de la Química  y de la Alquimia en la Edad Media. Describe los hornos, manipulaciones, etc. Expone las condiciones que debe reunir para ser un buen alquimista, y que en su casi totalidad pueden aplicarse a los químicos actuales. 

Estos son los consejos: 



1º "El alquimista debe ser discreto y silencioso; no revelando a nadie el resultado de sus operaciones";
2º  "Vivirá en una casa particular, lejos de los hombres, en donde haya dos o tres aposentos destinados exclusivamente a sus operaciones" 
3º "Establecerá meticulosamente la duración y el horario de su trabajo";
4º "Deberá ser paciente, asiduo y perseverante"
5º "De acuerdo con las normas del arte, hará la trituración, sublimación, fijación, calcinación, solución, destilación y coagulación"
6º "Utilizará sólo recipientes de vidrio o vasijas barnizadas, para evitar el ataque de los ácidos"
7º "Deberá poseer suficientes medios económicos para atender a los gastos que requieren tales operaciones"
8º "Sobre todo deberá evitar las relaciones con los principales señores y príncipes, ya que éstos pretenderán primero que acelere su obra y luego le reservarán los peores tormentos si fracasa, o le recompensarán con el encarcelamiento si triunfa". 

De los múltiples ejemplos que la historia de la Alquimia nos brinda, elegimos uno.


Praga fue desde su nacimiento una ciudad hermética y, a lo largo de los siglos hasta nuestros días, refugio de la Alquimia y de los alquimistas. Una atmósfera especial de alquimia envolvía la ciudad y en particular, el barrio del Castillo del Emperador Rodolfo II (1576-1612), vienés de nacimiento, pero educado en España en la Corte de Felipe II, el cual fue un gran protector de las artes, de las ciencias y de la Alquimia.


En el corazón de este barrio, había una callejuela pintoresca a la que llamaban Callejón del Oro (es la Zlatá Ulitka o calle de los Alquimistas)  y que era lugar de reunión y de residencia de todos loa alquimistas de Praga. 

Esta calle existe aún en nuestros días, por cierto, muy visitada y conserva su sabor y su misterio. Numerosos sabios, sobre todos rusos, se interesan particularmente por los vestigios de los antiguos laboratorios y tratan de ponerse en contacto con los verdaderos “artistas” que, como es sabido, son todavía numerosos en Bohemia.


Cuando el visitante de la capital de Checoeslovaquia (actual República Checa) cruza el puente Carlos y se dirige a la célebre catedral gótica de San Vito, situada sobre la colina del castillo de Praga, no puede dejar de maravillarse ante el prodigioso reloj medieval astronómico incorporado a la torre del antiguo Ayuntamiento, frente a la iglesia de Tyn (tin, tin,tin, las tres). Este reloj fue construido en el siglo XV por un maestro relojero, alquimista  a ratos. No sólo indica la hora, sino que simboliza el gran orden cósmico, muestra los movimientos de la Luna y el Sol, los meses del año, los días de la semana y da también los signos del Zodiaco.

Cada hora, docenas de curiosos se reúnen delante de este mecanismo maravilloso para ver, cuando suena la campana, cómo se abren las dos ventanas del reloj y aparece primero la estatua de Cristo, después las de los Apóstoles y, por último, la de la Muerte simbolizada por la segadora que da el toque de agonía ante el tiempo que pasa.


El relojero alquimista no había de gozar mucho tiempo de su obra. Los regidores de la ciudad hicieron saltar los ojos al artista para que no pudiese construir otro reloj maravilloso en otra ciudad. Al día siguiente al del suplicio se estropeó el mecanismo, y después se negó varias veces seguidas a hacer aparecer a Cristo dejando ver sólo a la Muerte. Según la leyenda, esto se debió al maestro relojero que, con prácticas ocultas, se vengó así de la pérdida de sus ojos.


Contemporáneo de San Alberto Magno es el inglés ROGER BACON (1214-1294), fraile franciscano que profesó en Paris y en Oxford, y la más vasta inteligencia que ha tenido Inglaterra (40). En su obra “Speculum Alchimiae” alude a un aire que es alimento del fuego y otro que lo apaga, habla de una llama producida al destilar las materias orgánicas y, decían que Bacon estaba poseído por el demonio hasta el punto de que éste le había regalado una parte del fuego del infierno. Este fuego permitía a Bacon, en caso necesario, leer y estudiar de noche. Vulgarizó el empleo de la pólvora y forzosamente tuvo que sufrir muchos desengaños para decir en su lecho de muerte estas conmovedoras palabras: “ ¡Me arrepiento de haberme tomado tanto trabajo en destruir la ignorancia!”.

Debe mencionarse, también, a Raimundo Lulio (1235-1315), el Doctor Iluminado, fogoso alquimista y apóstol español, de Mallorca, que escribió numerosas obras e hizo escuela entre los alquimistas al fijar la atención sobre los productos volátiles de la descomposición de los cuerpos.

Arnaldo de Vilanova (1245-1314), médico alquimista catalán, cuyas obras publicadas dos siglos después ejercieron una gran influencia. Obras como “Régimen Sanitatis ad regum Aragonum”, “Medicinalium introductionum speculum” y algunos tratados de Patología General, entre otros. Se le conocía como el “médico de Reyes y Papas.

Nicolás Flamel (1330-1418), francés, burgués parisino, escribano público, copista y librero, que consiguió enormes riquezas y que hizo creer a sus contemporáneos que había descubierto el secreto de la piedra filosofal.
Extracto de La Alquimia de Flamel, de Denys Molinier.
Basilio Valentín (1394-   ), fue supuestamente un alquimista del siglo XV, nacido en Alsacia. Fue canónigo del Priorato Benedictino de Sankt Peter en Erfurt (Alemania), pero no existen evidencias  en los registros de tal nombre, A lo largo del siglo XVII es mencionado y se le atribuyen varios tratados de Alquimia y Filosofía. 

No olvidemos a Santo Tomás de Aquino (1225-1274), en italiano Tommaso D’Aquino, fue un teólogo y filósofo católico perteneciente a la Orden de Los Predicadores, y principal representante de la tradición Escolástica y fundador de la escuela tomista de filosofía y teología. Canonizado en 1323, Doctor de la Iglesia en 1567 y santo patrón de las Universidades Católicas en 1880. Su festividad se celebra el 28 de enero. 

Fue alumno predilecto de Alberto Magno, quien no sólo le enseñó las ciencias de su especialidad, sino también la Alquimia, como lo demuestran diversos manuscritos herméticos de Tomás de Aquino. Por añadidura éste se pregunta en una de sus obras “Summa Theologica” si la utilización del oro hermético es lícita…. 

si aliquis vendat argentum vel aurum alchimicum pro vero….non erit illicita


Si alguien vende plata u oro alquímico como verdadero, y, finalmente, responde que no se ve razón alguna para dar preferencia al oro natural


Si aurum vel argentum ab alchimicis factum veram speciem non habeat auri et argenti, est fraudulenta et inusta venditio….”
Si el oro o la plata fabricados por los alquimistas no tienen verdadera sustancia de oro y plata, es fraudulenta e injusta la venta


Si autem per alchimian fieret aurum verum, non esset illicitum ipsum pro vero venderé quia nihil prohibet artem uti aliquibus naturalibus causis ad producendum naturales et veros effectus….”


Pero si la Alquimia llegase a fabricar oro verdadero, no sería ilícito venderlo como tal; porque nada impide que el arte se sirva de algunas causas naturales para producir efectos naturales y verdaderos.


Acto seguido, hace constar que él se ha servido siempre indistintamente de ambos lo cual parece demostrar que Tomás de Aquino presenció las transmutaciones efectuadas por Alberto.


Esto nos recuerda el diálogo del rey moro Chalid con el monje Morieno, tal vez el primer texto alquímico traducido del árabe al latín:
“La base de este arte consiste en que aquel que quiera transmitirlo debe, a su vez, haberlo aprendido de un maestro…  y también es preciso que el maestro lo haya practicado con frecuencia en presencia de su discípulo…. Pues el que conoce con exactitud el orden en la obra y la ha realizado con sus propias manos, no puede compararse con el que sólo la estudió en los libros….”


A San Alberto  y Santo Tomás les interesó también la construcción de autómatas, muy popularizada en aquella época. Según cuenta la leyenda, ambos consiguieron elaborar una cabeza parlante que respondía a diversas preguntas. Cierto día se averió la máquina parlante, y Tomás de Aquino se enfureció tanto con su incesante parloteo, que la deshizo a bastonazos. Esta historia, que figura incluso en las páginas del Diccionario  Grand Larousse, carece totalmente de fundamento. No apareció hasta el siglo XVIII, tal vez porque sea pura invención o porque obedezca a la interpretación errónea de algún texto alquímico de Alberto donde quizá se mencione una cabeza cercenada. En realidad esta cabeza representa sólo un estado de materia prima en el curso del magisterio, es decir, el “caput mortuum”. Algunos atribuyen esta historia al alquimista Gerberto, quien ocupó el solio pontificio con el nombre de Silvestre II. Gerberto anduvo por Navarra y es muy posible que estuviese por Córdoba.


A los alquimistas se debe el estudio de los cambios de color y propiedades de muchas aleaciones químicas. Santo Tomás de Aquino en su “Tratado de la ciencia mineral”, recoge ya una observación de este tipo cuando dice que fundiendo juntas arsénico blanco y cobre para luego añadir plata (la mitad) se obtiene una masa (doble) de plata. Y también dice, más tarde, que este cambio de color no es debido a una transmutación, sentando así el principio de que no sólo es el color lo que define a un metal.

Para algunos, Santo Tomás de Aquino, jamás escribió una sola línea sobre Alquimia. Ya hemos visto cómo sí lo hace en su “Summa Theológica”. Y he aquí otra prueba y cómo Alberto magno hizo ver a Santo Tomás la realidad alquímica, como parece desprenderse del Tratado “Aurora Consurgens”, de este último, publicado en 1966, cuando aparecen dos ediciones, una alemana y otra inglesa, comentadas por María Luisa Von Franz. En esta obra, Santo Tomás analiza el problema planteado por los antagonistas de la Alquimia y, sobre todo, expresa una opinión muy pesimista, sobre el conjunto de su propia obra teológica, dejando entrever que había emprendido una ruta equivocada. 


Se puede afirmar que existió realmente un monje benedictino, de nombre desconocido, que adoptó el pseudónimo de Basilio Valentín y vivió en el siglo XVI. Basilio (del griego, rey) y Valentín (del latín, valens, valentis, valeroso).
Según su etimología, antimonio significa “contrario a la soledad”; pero existe una leyenda relativa al descubrimiento de las propiedades del antimonio, según la cual, Basilio Valentín, guardador de cerdos en el convento, había observado que alimentando dichos animales con comida hecha en vasijas de antimonio éstos engordaban más deprisa que aquellos otros que no recibían dicho alimento. Entonces administró antimonio a todos los monjes del convento, excepto él, a modo de control, y entonces, adelantándose cinco siglos a Lucas de Tena, escribió: “Mis amigos muertos”. Por ello comenzó a llamarse a este metal “antimoine”, enemigo de los monjes. Desde entonces el antimonio fue empleado como medicamento, salvando la vida de Luis XIV, enfermo de tifus en Calais, y terminando con la vida de Mazarino, tres años más tarde. De ahí que los franceses dijesen: “Viva el antimonio que ha salvado a Francia por dos veces”.
La palabra antimonio se aplica por primera vez hacia el año 1100 por Constantino el Africano, y el libro de Basilio Valentín, publicado en 1624, “Carro triunfal del antimonio”, es un verdadero tratado de este metal, de sus sales y combinaciones.

Que la Alquimia no estaba en “olor de santidad”, fue la publicación de la fulminante bula “Spondet Pariter” (Spondeo: prometer solemnemente en nombre de uno; pariter, igualmente), del Papa Juan XXII, 1317: “Los alquimistas nos engañan y prometen lo que no poseen. Aun cuando se creen sabios, caen en el abismo que están abriendo para los demás. De una manera risible, se hacen pasar como maestros de la alquimia y demuestran su ignorancia citando incesantemente a escritores muchos más antiguos; y aunque no puedan descubrir lo que éstos tampoco encontraron, consideran posible descubrirlo en lo por venir. Cuando intentan hacer pasar un metal cualquiera por plata u oro auténtico, emplean infinitas palabras que no tienen significado alguno. Su audacia los ha llevado demasiado lejos, pues por ese medio acuñan monedas falsas y embaucan a los pueblos. Nos ordenamos que todos esos hombres abandonen para siempre el país acompañados  por quienes hacen fabricar oro y plata o quienes se conchaban con los embaucadores y les pagan ese oro. Los productores de plata u oro falsos son gente sin dignidad. Si los medios de quienes infringen la ley no les permiten satisfacer esa multa, se podrá reemplazar tal correctivo por otro. Todo clérigo alquimista no hallará perdón y se les privaría sin contemplaciones, de la dignidad eclesiástica”. 

Hagamos constar de paso que –como era notorio en aquel tiempo- el propio Juan XXII se entregó a las manipulaciones alquímicas, trabajó sobre la Piedra Filosofal de Avignon y había manufacturado alquímicamente 200 barras de oro, cad una de ellas con un peso de un quintal métrico (100 kg.). Muerto en 1334 se encontraron en la bóveda del tesoro papal 25 millones de florines (un florín del siglo XIV igual a 5 dólares de hoy). Ante tan grandes riquezas, toda su Corte le atribuyó ensegida un origen hermético. También se le atribuye, aunque sin certeza alguna, la composición de un tratado: “Ars Transmutatoria”.


5.     Alquimia y alquimistas en Córdoba


La “ciencia alquímica ilustre” debió dejar en Córdoba tan sólidos cimientos, que a principios del siglo XV, veinte sabios cordobeses escriben una famosísima carta al no menos famoso Don Enrique de Villena (o de Aragón), suplicándole su insigne asesoramiento en esta ciencia de tan reconocida utilidad en las aplicaciones. DE ella es el párrafo: “la final intención alacncemos ya que tan luengo tienpo en esta occidental parte buscamos la sciencia Alquimia ylustre desparecida a los practicantes” (legajo 122 de la Biblioteca Nacional).


Respecto a la contestación que les envía Don Enrique que se le aparece Hermes Trimegisto, maestro universal de la ciencia, el cuál sirviéndole de guía le lleva a los distintos círculos o cercos de sabiduría…..: “y mostróle lo que hacía en el primer cerco, que unos hacían jauon, otro cal, otros bermellón, acal, acinjar, carmín; otros labrauan plata e la acndrauan, e cementauan e dorauan; otros adobauan el cobre o lo desepaban; otros tornaban el fierro acero por depuraciones e templamientos; otros mezclaban el estaño con plomo, e otros cimentaban oro e facían del doradura….


Otros en hornos de rreverberación de strañas maneras labrados, reducían queriendo tirar la sulfuridad a los cuerpos. Otros destilaban por fieltros y alambiques e facían aguas agudas y oleos para disolver los espiritus o los cuerpos cuidándoles tornar por aquí a la primera materia”.


Desde luego lo mismo por la carta que por la contestación se ve claramente que en Córdoba existía entonces un distinguido grupo de sabios que se preocupan por la “Sciencia Alquimia Ilustre”, los cuales fueron visitados en más de una ocasión por Don Enrique de Villena. 

6.     El declive de la Alquimia


La Alquimia fue perdiendo su carácter ideal para ser, en un gran número de sus cultivadores, charlatanería y en gaño, en gaño que nos refiere Don Juan Manuel en su cuento “Del homne quel dixo quel faría alquimia”, ó Quevedo (1580-1645) en el soneto siguiente:
¿Podrá el vidrio llorar partos de Oriente?
¿Cabrá su habilidad en los crisoles?
¿Será la tierra adúltera a lo soles?
Por concebir de un horno siempre ardiente?
¿Destilará en Baños a Occidente?
¿Podrán los mismos humos que arreboles?
¿Abreviarán por ti los españoles
El precioso naufragio de su gente?
Osas contrahacer su ingenio al día;
Pretendes que le parle docta llama
Los secretos de Dios a tu osadía.
Doctrina ciega, y ambiciosa fama
El oro miente en la ceniza fría,
Y cuando le promete le derrama.


Ya antes hemos mencionado que la figura del alquimista fue predilecta en el arte y en la literatura. En la literatura inglesa apareció con Geoffrey Chaucer (1343-1400) y fue criticada con ingenio por Ben  Jonson (1532-1637)  en una obra teatral “The Alchemist” (1610). 

A principios del siglo XVI los esfuerzos de muchos alquimistas se dirigen a preparar drogas y remedios al señalar PARACELSO (1493-1541) que la misión de la Alquimia era la curación de la enfermedad. “El hombre es un compuesto químico y las enfermedades tienen por causa una alteración cualquiera de este compuesto. Por consiguiente, se necesitan medicamentos químicos para combatir las enfermedades”. 

Aparece una transición entre la Alquimia y la verdadera Química, que se conoce como Iatroquímica o química médica. Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, médico suizo, alquimista y Profesor, cuyo pseudónimo es Paracelso, que adoptó después de estar en Roma y como recuerdo del célebre médico romano Celso (observemos que todas sus obras comienzan con el prefijo –para-). Paracelso, a los tres años de edad fue mutilado y hecho eunuco por un cerdo, hecho trascendental que influyó en toda la vida de esta curiosa figura de la historia de la Alquimia. De carácter violento, jactancioso y charlatán, realizó numerosos viajes por diversos países, entre ellos España, pues estuvo en Granada. No trató de conseguir ningún título en una universidad cualquiera, porque consideraba, con razón, que los estudios médicos de su tiempo eran una bufonada en la que el ceremonial y la pedantería ocupaban el lugar de la ciencia. Entendía que era inútil doblegarse ante tales monsergas para obtener un diploma que nada tenía que ver con su competencia y sus conocimientos. Nombrado Profesor de Química en Basilea en 1527, quema públicamente las obras de Avicena y Galeno, tira por la borda el latín, y da sus clases en alemán, con numerosa audiencia. Parece ser que se drogaba con opio y su tumba, en Salzburgo, fue abierta porque decían que se habían enterrado secretos alquímicos y grandes tesoros, no apareciendo el célebre bastón que siempre le acompañaba.
Es el irlandés Robert BOYLE (1627-1691) el primer químico que rompe abiertamente con la tradición alquimista. En su famosa obra “El químico escéptico” (1661)  adopta, como primer hombre de ciencia, la teoría atómica para explicar las transformaciones químicas. 

 Sus investigaciones en el campo de la Física y la Química permiten considerarlo como el precursor de la Química Moderna al hacer de ella el estudio de la naturaleza y composición de la materia en vez de ser, como hasta entonces, un simple medio de obtención de oro o de preparación de medicamentos.
Termina la Alquimia; pero, ¿dónde fueron los alquimistas? Dante los envía al Infierno, cubiertos de lepra. Quevedo afirma que los alquimistas tienen perpetuo asiento en el infierno e incluso sirve para clasificar a los demás: Los que vienen (al infierno) por mentecatos por los alquimistas.


7. La Alquimia hoy


La Alquimia ha sido mirada siempre con evidente recelo en los medios científicos. Y ello se debe , sin duda, a que esta ciencia no se presta a la divulgación desde una cátedra, ya que es una disciplina esencialmente secreta, tradicional e iniciática.


Se comprende, pues, que la ciencia oficial no haya protegido jamás a la Alquimia, máxime cuando hasta estos últimos años ha considerado absurdo e imposible el concepto de transmutación. Sin embargo, esa actitud ha experimentado hoy una evidente modificación: “Todo ha evolucionado una vez más; la Ciencia emprendió el camino de los alquimistas tan pronto como reconoció que el átomo no puede ser la parte más pequeña de la materia. Así pues, la transmutación se ha hecho posible con el descubrimiento de las partículas elementales. Este hecho es hoy casi corriente, y para probarlo basta citar la fabricación mundial del plutonio; cada año se producen centenares de kilos de este elemento, que no existe normalmente en la Naturaleza (Bergier).


Por otra parte Clémenti Duval –Director Científico del CNRS-, autor del volumen “Le Mercure” de la colección “Que sais-je?” nos habla inmediatamente de transmutaciones: “El isótopo 189 del mercurio se desintegra en oro mediante la captura electrónica”. Y más adelante, agrega: “También es posible provocar las transmutaciones. Por ejemplo, Sherr, Bainbridge y Anderson (1941) han obtenido isótopos del oro radiactivo bombardeando el mercurio con neutrones rápidos. Así mismo, se provoca la transmutación del mercurio en platino mediante reacción, y en talio, por medio del bombardeo protónico o deuterónico”. 

Mas no olvidemos el siguiente caso que se dio en Alemania en 1931: El Profesor Hans Miethe afirmó haber transformado el mercurio en oro. Un análisis de sus manipulaciones reveló que los indicios de oro hallados en el mercurio al término del experimento científico procedían, simplemente, de las gafas del Profesor, cuya montura quedó sometida a los ataques de los vapores mercuriales.


El mercurio produce oro. Lo mismo ocurre con el plomo. ¿Acaso no es extraño que entre los siete metales conocidos por aquellas fechas, mas algunos cuerpos disponibles, los filósofos herméticos indicaran precisamente que el mercurio y el plomo se transmutaban con facilidad en oro, lo cual es cierto? “Pura casualidad”, respondería seguramente la Facultad de Ciencias, porque en realidad se referían, sin saberlo, a las transmutaciones de isótopos radiactivos. 

En efecto, la “casualidad” es algo posible, aunque muy improbable, el “saber” me parece una respuesta más verosímil; el saber acerca de un método que permita transformar los isótopos estables sin necesidad de recurrir a energías formidables.


Puesto que la transmutación es un hecho comprobado, veamos si se ha cambiado de opinión sobre la Alquimia. “Ahora se esgrime un nuevo argumento para los alquimistas. De acuerdo –se dice-, ellos presintieron por casualidad las posibles transmutaciones, pero se equivocaron al intentar obtenerlas por medioa químicos. Para ello se necesita un material muy complejo, del que no podían disponer por aquellas fechas”.


No olvidemos que las herramientas de los científicos pueden ser sencillas. En 1896 Henri Becquerel descubrió las raras propiedades radiactivas del uranio, e inició la rama conocida con el nombre de Física Nuclear, sin más equipo que una placa fotográfica, envuelta en papel negro, y unos cuantos cristales de una sal química especial. Rutheford efectuó trabajos capitales sobre la estructura de la materia valiéndose –cual excursionista- de latas de conserva y de cabos de cordel. Jean Perrin y Madame Curie, antes de la Primera Guerra Mundial, enviaban a sus colaboradores al “Marché aux Puces” (Mercado de las Pulgas, el Rastro Parisino), los domingos, a buscar un poco de material. 

En 1934 Fermi, y sus colaboradores en Roma, descubrieron la moderación de neutrones, base de la obtención de energía atómica. Emplearon un aparato muy sencillo: tubos y agujas de radio de un hospital, una pila de mármol para agua, algunos pedazos de plata y cadmio y un instrumento constituido por pequeños fragmentos de una hoja metálica delgada montados sobre un pequeño microscopio. Siguiendo la obra de Fermi, descubrieron Hans y Strassman, cinco años después, la fisión del uranio. Trabajaban con un equipo químico sencillo y un vulgar contador Geiger. 
Oppenheimer, Fermi y Lawrence

Por otra parte, hoy ha perdido prácticamente toda su validez la objeción, según la cual las transmutaciones son posibles sólo por medio de fantásticas energías nucleares. Los descubrimientos del biólogo Kervran han demostrado que el fenómeno de la transmutación espontánea es un proceso corriente en la materia orgánica; además, ahora se tiene la certeza de que las reacciones existentes entre el núcleo y los electrones planetarios difieren totalmente en Química Orgánica respecto a la Inorgánica. Así, por ejemplo, se ha hecho un interesante experimento con un animal tan conocido como la gallina. Esta ave necesita cal para elaborar el cascarón de los huevos, por lo cual los investigadores privaron experimentalmente a varios sujetos de toda alimentación que contuviera cal, Por otra parte, mezclaron el pienso con mica, un silicato alumínico potásico. Entonces se comprobó que las gallinas seguían elaborando por sí solas la cal necesaria para sus huevos, lo cual demuestra que hubo transmutación del potasio (19 de número atómico), con captura de un protón y la subsiguiente formación de calcio (20 de nº atómico).


Aquí se impone una conclusión: hay métodos totalmente distintos de transmutación, y los alquimistas han podido realizarlas al nivel del átomo y de los electrones periféricos, sin necesidad de recurrir a energías considerables para bombardear los núcleos.


Una nueva teoría, denominada de los números mágicos y desarrollada en la Unión Soviética (actual Rusia), demuestra que probablemente existen más allá del uranio, elementos superpesados –y, sin embargo, estables- cuando hasta ahora sólo se reconocía que los elementos por encima del uranio eran radiactivos y de existencia efímera. Por ejemplo, hoy se cita cada vez con más frecuencia un elemento de peso 310 y número atómico 135 llamado superplomo o ekaplomo. Según parece, este ekaplomo se encuentra en la naturaleza mezclado con el plomo, si bien como oligoelemento, El estudio de sus propiedades –por ahora teórico-, muestra que este elemento podría proporcionar el isótopo estable del oro en una transmutación artificial. Si fuera así, nos encontraríamos, por segunda vez, ante esa presciencia, bastante inverosímil, de los alquimistas, quienes consideraban el plomo –al igual que anteriormente el mercurio- como uno de los metales más propicios para la transmutación en oro. ¿Casualidad de nuevo? Yo no lo creo en modo alguno. A mi juicio, la respuesta sólo puede ser ésta: el saber”. Resulta curioso: el oro (79), mercurio (80) y plomo (82) son vecinos. ¿Habían descubierto los alquimistas la Tabla Periódica antes que Dmitri Ivanovitch Mendeleieff?


Otra objeción parece más válida. ¿Cómo pueden haber adquirido los alquimistas unos conocimientos tan prodigiosos sobre la estructura de la materia, cuando ellos se fundaban en una teoría absolutamente falsa, al afirmar que todos los metales estaban compuestos por tres sustancias en proporciones variables? Veamos los que nos dice Bergier: “La teoría alquímica según la cual sólo es posible obtener metales preciosos partiendo de tres elementos denominados o titulados como sal, azufre y mercurio no tiene ningún sentido, en Química. Pero no ocurre lo mismo con la Física si se ha de dar crédito a la modernísima teoría de los quarks”.


Por otra parte, parece que la actitud de los científicos respecto a la Alquimia es hoy mucho más matizada que antaño. Las alusiones al arte hermético no suelen ir acompañadas de apreciaciones despectivas.


Pero, ¿de verdad, existen los alquimistas? Veamos lo que nos cuenta el Profesor Holmyard, de Oxford, quien en el año 1949 se encontraba en Marrakesh, la segunda villa imperial marroquí, en la Plaza de Yemaa el F’Na, en el pleno centro de la ciudad, zoco inmenso donde cada mañana llegan los pequeños comerciantes. Allí un anciano árabe, tocado con el turbante verde de la secta de Los Fayanes, estaba calentando en un hornillo, alimentado con carbón vegetal, una esfera de vidrio cerrada herméticamente. Frente a él se hallaba el Profesor, quien contemplaba el experimento con aparente respeto. Una vez concluido éste, el Profesor dijo al viejo árabe:
-maestro, le agradezco que me haya dejado ver todo cuanto se puede mostrar a un profano sobre la santa Alquimia. Sí, profano en 1949, mas no en 1955 que nos encontramos un artículo en la revista Endevour, sobre la alquimia árabe, citando tan solo alquimistas árabes, -ignorando los alquimistas peninsulares-, sólo persas.


Bergier dice conocer a varios alquimistas en Francia y en los EE.UU. También los hay en Inglaterra, en Alemania y en Italia. Se escribe con tres de ellos desde Praga. La prensa rusa científica parece prestar actualmente gran atención a la Alquimia y ha emprendido investigaciones históricas sobre ella.


¿Y en Córdoba? ¿Cómo está la Sciencia alquímica ilustre hoy día? Juzguen ustedes. Sabemos de un taller, a cuyo dueño no conocemos, pero sí al hijo que, un día, en clase, nos confesó, que el plomo servía para fabricar pulseras de oro.


Pero, ¿cómo es el alquimista moderno? Ha cambiado la Tabla Esmeraldina por la Tabla Periódic, es un hombre que lee los tratados de física nuclear y, si se encarta, toma unos vasos de “aqua vitae on the rock” o unos medios de “Spiritus Montuliae”, o de “Spiritus regiones”. 
Spiritus Montuliae

Tiene por cierto que las transmutaciones y otros fenómenos todavía más extraordinarios pueden lograrse por medio de manipulaciones y con un material relativamente simple. En los alquimistas contemporáneos volvemos a encontrar el espíritu del investigador aislado. La conservación de un espíritu tal, es preciosa en nuestra época. En efecto, hemos acabado por creer que el progreso de los acontecimientos ya no es posible sin un equipo numeroso, sin aparatos enormes y sin un considerable empleo de dinero. Sin embargo, los descubrimientos fundamentales, como por ejemplo, la Radioactividad o la Mecánica Ondulatoria, han sido realizados por hombres aislados. América, que es el país de los grandes equipos y de los enormes medios, envía hoy a sus agentes por el mundo en busca de medios originales. El director de la Investigación Científica Americana, Dr. James Fillian, declaró en 1958 que era perjudicial prestar únicamente confianza al trabajo colectivo y que había que llamar a los hombres solitarios, portadores de ideas originales. Naturalmente, los laboratorios provistos de grandes máquinas son necesarios, pero sería necesario organizar una cooperación de éstos y los equipos de solitarios originales. Sin embargo, los alquimistas eluden la invitación. Su norma es el secreto. Su ambición es de orden espiritual. “Está fuera de duda –escribe René Alleau- que las manipulaciones de la Alquimia sirven de soporte a un ascetismo interior”. Si la Alquimia contiene una ciencia, esta ciencia no es más que un medio de tener acceso a la conciencia, importa, pues, que no trasciende al exterior, donde se convertiría en un fin.
¿Cuál es el material del alquimista? El mismo del investigador de Química mineral a altas temperaturas: hornos, crisoles, balanzas e instrumentos de medición, a los que han venido a juntarse los aparatos modernos capaces de detectar radiaciones nucleares: contador Geiger, escintilómetro, etc. Este material puede parecer irrisorio. Un físico ortodoxo no admitiría nunca que es posible fabricar un cátodo emitiendo electrones con medios sencillos y pocos costosos. Si nuestros informes no mienten, los alquimistas lograron hacerlo. En tiempos en que el electrón era considerado como el cuarto estado de la materia, se inventaron dispositivos extraordinariamente onerosos y complicados para producir corrientes electrónicas. Después de lo cual, Elster y Geitel, en 1910, demostraron que bastaba calentar en el vacío, cal al rojo. Si la Alquimia es un conocimiento más avanzado que el nuestro, empleará medios más sencillos que los nuestros. 
Vamos a intentar ahora, describir lo que hace un alquimista en su laboratorio. No olvidemos que el fin último de la Alquimia es la transmutación del propio alquimista y que las manipulaciones no son más que un lento avance hacia la “liberación del espíritu”. 
Ante todo, y durante años enteros, el alquimista se dedica a descifrar los viejos textos y el lector se encuentra sumido en un laberinto en el que todo ha sido preparado consciente y sistemáticamente para producir en el profano una inexplicable confusión mental. 

La paciencia, la humildad y la fe llevan a un cierto nivel de comprensión de aquellos textos, alcanzando el cual podrá comenzar el experimento alquímico. 

Vamos a describir este experimento, aunque nos falta un elemento. Sabemos lo que pasa en el laboratorio del alquimista. Ignoramos lo que pasa en el alquimista mismo, en su alma. Es posible que todo esté relacionado. Es posible que la energía espiritual desempeñe un papel en las manipulaciones físico-químicas de la Alquimia. Es posible que, para el éxito del “trabajo alquímico” sea indispensable un cierto modo de adquirir, de concentrar y orientar la energía espiritual. Esto no es seguro, pero en tema tan delicado, hemos de atenernos a la frase de Dante: “Veo que crees en estas cosas porque yo te las digo, pero no sabes el porqué; de modo que no ser creídas permanecen menos ocultas”.Nuestro alquimista empieza por preparar, en un mortero de ágata, una mezcla compuesta de tres materias constitutivas. 

La primera, es un mineral: una pirita arseniosa, por ejemplo, un mineral de hierro que contenga como principales impurezas arsénico y antimonio. La segunda es un metal: hierro, plomo, plata o mercurio. La tercera es un ácido de origen orgánico: ácido tartárico o cítrico. Después muele a mano y mezcla estos elementos durante cinco o seis meses. A continuación, calienta la mezcla en un crisol. Aumenta progresivamente la temperatura, y esta operación se prolonga unos diez días. Debe tomar precauciones –recuerda el lema “trabaja, pero seguro”-, pues se desprenden gases tóxicos: el vapor de mercurio y, sobre todo, la arsenamina, el hidruro de arsénico, al que se debe la muerte de más de un alquimista. 
Por fin disuelve el contenido del crisol sirviéndose de un ácido. Buscando este disolvente, los alquimistas pretéritos descubrieron el ácido acético, el nítrico y el sulfúrico. Esta disolución debe realizarse bajo una luz polarizada; ya sea una débil luz solar reflejada en un espejo, ya sea la luz de la luna. Hoy se sabe que la luz polarizada es aquella que vibra en un solo plano, mientras que la luz ordinaria vibra en infinitos planos, normales a la dirección de propagación. Después evapora el líquido y calcina el sólido. Esta operación se repite millares de veces durante muchos años. ¿Por qué? No lo sabemos. Tal vez en espera del momento en que se produzcan las mejores condiciones: rayos cósmicos, magnetismo terrestre, etc. Tal vez, con el fin de obtener una “fatiga” de la materia en sus estructuras profundas que todavía ignoramos. El alquimista habla de “paciencia sagrada”, de de lenta condensación del “espíritu universal”.
Este espíritu de operar repitiendo indefinidamente la misma manipulación, puede parecer cosa de demencia al químico moderno. A éste le han enseñado que sólo existe un método experimental eficaz: el de Claude Bernard (1813-1878). Este método se basa en las variaciones concomitantes. Este modo de operar, repitiendo indefinidamente la misma manipulación, puede parecer cosa de demencia al químico moderno. A éste le han enseñado  que sólo existe un método experimental eficaz: el de Claude Bernard. Este método se basa en las variaciones concomitantes. Se repite miles de veces el mismo experimento, pero variando cada vez uno de los factores: proporción de uno de los constituyentes, temperatura, presión, catalizador, etc. Se anotan los resultados obtenidos y de ellos se desprenden algunas de las leyes que gobiernan el fenómeno. Es un método que ha dado pruebas de eficacia, pero no es el único. El alquimista repite su manipulación sin variar nada, hasta que se produzca algo extraordinario. En el fondo, cree en una ley natural bastante comparable al "principio de exclusión" formulado por el físico Pauli. Según este físico, en un sistema dado (el átomo y sus moléculas) no puede haber dos partículas (electrones, protones y neutrones) en el mismo estado. Todo es único en la naturaleza: "No hay un alma idéntica a la tuya..." Para el alquimista, de la misma manera que no hay dos almas iguales, dos seres iguales, dos plantas iguales (Pauli diría: dos electrones iguales), tampoco hay dos experimentos iguales. Si se repitiera millares de veces un experimento, acabará por producirse algo extraordinario. Una ciencia moderna, la ciencia de los rayos cósmicos –en la que tanto destacó el español Arturo Duperier- ha adoptado un método comparable al del alquimista. Los fenómenos producidos por los rayos cósmicos no pueden obtenerse a voluntad, hay que esperar. Hecho que ocurrió en el verano de 1957: una partícula procedente de una galaxia impresionó 1500 contadores a un tiempo, en un radio de ocho kilómetros cuadrados, creando a su paso un enorme haz de restos atómicos. No se concibe ninguna máquina capaz de producir tal energía. Jamás recuerdan los sabios un fenómeno semejante, y se ignora si volverá a producirse. Es un acontecimiento excepcional, de origen terrestre o cósmico, como el alquimista de hoy, como el de ayer, trabaja en secreto, probablemente, y tiene la espera por virtud.
Arturo Duperier
Sigamos nuestra descripción: Después de varios años de un trabajo que es siempre el mismo, repetido noche y día, nuestro alquimista considera que ha terminado la primera fase. Entonces añade a su mezcla un oxidante: nitrato de potasa, por ejemplo. En un crisol hay azufre procedente de la pirita y carbón procedente del ácido orgánico. Azufre, carbón y nitrato: en el curso de esta manipulación descubrieron la pólvora los antiguos alquimistas. Entonces volverá de nuevo a disolver y a calcinar sin descanso, durante meses y años, esperando una señal. Para algunos, la señal se produce en el momento de la disolución. Para ciertos alquimistas, consiste en la formación de cristales en forma de estrellas en la superficie del baño o el metal luminoso, después de haber desaparecido la capa de óxido que le recubría. Recibida esta señal, el alquimista retira su mezcla del crisol y la deja madurar, preservada del aire y de la humedad, ¿hasta cuándo? hasta  la próxima primavera, en su primer día. La mezcla se coloca en un recipiente transparente, de cristal de roca, cerrado de una manera especial. No se sabe gran cosa de esta forma de cierre, llamado de Hermes, o hermético. El trabajo sucesivo consiste en calentar el recipiente, dosificando con extremo cuidado, las temperaturas. La mezcla, en el recipiente cerrado, contiene siempre azufre, carbón y nitrato. Se trata de que esta mezcla alcance cierto grado de incandescencia, evitando la explosión. Son numerosos los casos de alquimistas muertos o gravemente heridos por esta causa. Las explosiones que se producirían son de una violencia peculiar y producen altas temperaturas, que lógicamente, no cabrían esperar. El fin perseguido es la obtención, en el recipiente, de una esencia, de un fluido, que los alquimistas llaman a veces “ala de cuervo”. 

Este calienta, deja enfriar, calienta de nuevo y así sucesivamente durante meses o años, observando a través del cristal de roca, la formación de lo que se llama “el huevo alquímico”: la mezcla transformada en un fluido azul-negro. Por fin abre su recipiente en la oscuridad, a la única luz de esta especie de líquido fluorescente. En contacto con el aire se solidifica y se separa. Así obtendría sustancias completamente nuevas, desconocidas en la Naturaleza y dotadas de todas las propiedades de los elementos químicos puros, es decir, inseparables por medios químicos. Los alquimistas modernos pretenden haber obtenido así, elementos químicos nuevos y en cantidades ponderables. Queda los residuos que lavará durante meses con agua tridestilada. Después conservará esa agua resguardada de la luz y de los cambios de temperatura. A dicha agua se le atribuyen cualidades químicas y medicinales extraordinarias. Es el disolvente universal y el elixir de larga vida de la tradición, el elixir de Fausto, hoy en versión, de la rumana Doctora Aslan. 

Nuestro alquimista se encuentra, ahora en posesión de cierto número de cuerpos simples, desconocidos en la Naturaleza y de unos cuantos frascos de un agua capaz de prolongar considerablemente su vida por el rejuvenecimiento de los tejidos. Ahora intentará de nuevo combinar los elementos simples que ha obtenido. Los mezcla en su mortero y los funde a bajas temperaturas en presencia de catalizadores sobre los cuales los textos se encuentran muy vagos, como los alumnos…. Y Profesores los lunes. Cuanto más se avanza en las manipulaciones de los alquimistas, tanto más difíciles son de descifrar los textos. Este trabajo le ocupará unos cuantos años más.
Obtendría de sus manipulaciones sustancias sorprendentes. Una de ellas sería soluble en el vidrio, baja temperatura y antes del momento de fusión de éste. Esta sustancia al tocar el vidrio ligeramente blando, se dispersaría en su interior, dándole una coloración roja  de rubí, con fluorescencia malva en la oscuridad. Los textos de alquimia llaman “polvo de proyección” o “piedra filosofal” al polvo obtenido de machacar ese vidrio modificado en el mortero de ágata. Esta piedra es capaz de provocar transmutaciones de metales en cantidades ponderables. Principalmente, transformaría ciertos metales viles en oro, plata o platino, pero éste no sería más que uno de los aspectos de su poder. 
Aquí se detienen los textos de la Alquimia. La “Gran Obra” se ha realizado. Entonces se produce en el propio alquimista una transformación que evocan los textos. Progresivamente, o en súbito relámpago, el alquimista, según la tradición, descubre el sentido de su propio trabajo. Le son revelados los secretos de la Energía y de la materia, y al propio tiempo se le hacen visibles las infinitas perspectivas de la vida. El alquimista pasa a otro estado del ser. 

Se encuentra izado a otro estado de conciencia. Sólo él se siente despierto, y tiene la impresión de que todos los demás hombres siguen durmiendo.
Impresión que tengo yo ahora porque, a buen seguro, el oro de vuestro tiempo se ha ido convirtiendo en el plomo de mis palabras.
Recordemos el viejo aforismo alquímico: 
ORA, LEGE, LEGE, LEGE, RELEGE, LABORA ET INVENIES. 
REZA, LEE, LEE, LEE, RELEE, TRABAJA Y ENCONTRARÁS.

Y ojalá un día comprobemos lo que nos dice Santo Tomás: 
“EL ARTE ALQUÍMICO ES EL VERDADERO CAMINO HACIA LA GLORIA DE DIOS”. 



Muchas gracias. Córdoba, 27 de enero de 1975.


FUENTES CONSULTADAS
Autor
Nombre
Editorial
ALJOXANI
Historia de los Jueces de Córdoba
Aguilar
ANDRIEW
No somos los primeros
Plaza y Janés
BABOR E IBARZ
Química General Moderna
Marín
BEPUIS, Margarita
La Ciencia Hispano-Árabe
Publicaciones Españolas
BLAS, Luis
Biografías y Descubrimientos Químicos
Aguilar
BURCKHARDT, Titus
Alquimia
Plaza y Janés
CHAMPOLLION
El mundo de los egipcios
Minerva
DON JUAN MANUEL
El Conde Lucanor
Clásicos Ebro
EL FARO DE CEUTA
Ejemplar 31 de octubre de 1969

FUENTES GUERRA
Alquimia y alquimistas en Córdoba
Vida y Comercio, nº 28
FULCANELLI
El Misterio de las Catedrales
Plaza y Janés
GRANGER, J.C.-M.
La Alquimia ¿superciencia extraterrestre?
Plaza y Janés
HOLMYARD
La Alquimia en el Islam Medieval
Endeavour XIV
LASCARIS, C.
El concepto de Naturaleza en la concepción filosófica de Quevedo
Theoría nº 9
LEICESTER
Panorama histórico de la Química
Alhambra
MADRID, Diario
Ejemplar 31 de octubre de 1969

O. N. MAROCAIN TOURISME
Cartes Touristiques nº 2: Les Villes Imperiales

PARTINGTON
Historia de la Química
Espasa-Calpe
PAUWELS L., BERGIER J.
El retorno de los brujos
Plaza y Janés
QUEVEDO
Sueños
Aguilar
RANQUE, G.
La Piedra Filosofal
Plaza y Janés
READ, John
Humor y Humanismo en la Química
Aguilar
READ John
Por la Alquimia a la Química
Aguilar
SADOUL, J.
El Tesoro de los Alquimistas
Plaza y Janés
STO. TOMAS DE AQUINO
Summa Theologica, tomo IX
Biblioteca de autores crist.
SERRATOSA, F.
Khymos
Alhambra
TVE
Programa 21 de enero de 1975

VILANOVA, A.
Confidencias de un químico
Iberia
WIKIPEDIA
La Enciclopedia LIbre